jueves, 29 de noviembre de 2012



           
           
  HIJO PRÓDIGO


Cuento finalista del XIII Concurso de Relato Policial Sexto Continente, patrocinado por de Radio Nacional de España y Ediciones Irreverentes. Noviembre 2012.

            Dos hombres encapuchados y armados entran en una pequeña tienda gritando: “¡Todos al suelo, esto es un atraco!”. Hay poca gente pero todos se echan al piso. “El que se mueva lo quemo. El que hable lo mato”, dice uno de ellos, agresivo. “Quédate aquí”, le dice al otro. “Vigílalos. ¡El que se mueva o hable, lo matas!”. El encargado de vigilar se queda apuntando con una escopeta. Se nota nervioso. Uno de los que está en el piso alza lentamente la cabeza y se le queda viendo. Lo mira con mucha insistencia, como si con la mirada quisiera traspasar la capucha.  El otro se pone nervioso y le dice: 
–¿Qué te pasa, viejo. ¡No me mires!
–¿Hijo, eres tú? –le dice el viejo.
El otro se mueve nerviosamente.
–¿Papá? –responde, con voz temblorosa y juvenil.
–Hijo, ¿qué estás haciendo?–dice incorporándose.
–Sh, no te muevas, no hables.
–Te he buscado por todas partes. Pensé que estabas muerto.
–Cállate, ese es, loco te puede matar.
–Hijo, estás a tiempo, suelta esa arma, vámonos a casa. Tu madre te está esperando –dijo poniéndose de pie y tendiéndole los brazos.
–¿Qué pasa allí? –grita el otro asaltante desde la caja que está desvalijando–. ¡Te dije que el que hable lo matas!
            –Tranquilo, pana, aquí está todo bajo control. Pero apúrate con la caja.
            –Hijo, no tienes que hacer esto, no quiero que vayas a la cárcel.
            El asaltante se quita la capucha de un sólo movimiento desesperado. En efecto, es un muchacho como de dieciocho años.
            –Coño viejo, ¿No entiendes? No tengo alternativa.
            –Claro que sí puedes seguir estudiando, puedes trabajar...
            –Tú me botaste de la casa, ¿recuerdas?
            –Sí, y no sabes cuánto me arrepiento. Pero las drogas, las malditas drogas… Hijo perdóname… regresa por favor –dice el viejo acercándose para abrazarlo.
            En eso aparece el otro asaltante.
            –¿Qué vaina es esta. ¿No te dije que mataras al que se moviera?
            –Es mi padre, huevón.
            –¿Es tu papi? ¿En serio? ¿El que te botó de la casa? –dice el asaltante rodeando al viejo, observándolo por todas partes–. Mátalo.
            –¿Qué? ¿Tú estás loco?
            –Te lo dije clarito: el que se mueva o hable, lo quemas. En esta vaina el que manda soy yo, ¿okey? Te lo voy a poner clarito: o lo matas o te mato yo a ti y luego a él.
            El muchacho apunta lentamente. Se oye un disparo. Un cuerpo cae al suelo mortalmente herido. Es el asaltante encapuchado. El viejo y el muchacho completan el abrazo interrumpido.
            –Ven, hijo. Vámonos a casa –dice el viejo.

                                                                                               Eloi Yagüe Jarque





            Eloi Yagüe Jarque, escritor y periodista, nació en Valencia, España, en 1957. Vive en Caracas desde que era niño. Actualmente es profesor de Lengua y Literatura en la Universidad Central de Venezuela y ejerce simultáneamente el periodismo y la literatura.
            Como narrador tiene publicadas dos novelas negras y siete libros de cuentos. En 1998 obtuvo el premio Semana Negra, de Radio Francia Internacional, al mejor relato policial, con el cuento La inconveniencia de servir a dos patrones, incluido en la antología La vasta brevedad (Alfaguara, 2010, ISBN 978-980-15-0348-4)
            Libros publicados
  • Cuando amas debes partir (Seix Barral, 2006, ISBN 980-271-368-6)
  • Esvástica de sangre (Norma, 2000, ISBN 958-04-5966-5)
  • Las alfombras gastadas del Gran Hotel Venezuela (Planeta, 1999, ISBN 980-271-285-X)

            e-mail: eloi.yague@gmail.com



jueves, 13 de septiembre de 2012



2666, primera reflexión


En esta novela predomina la muerte y la desolación. Y sin embargo, cuesta terminarla, como si a última hora se quisiera prolongar su sabor. ¿Estructura abierta o novela inacabada? ¿Qué es después de todo una novela inacabada? La novela póstuma de Roberto Bolaño merece un detenido análisis como inusual expresión de un grande esfuerzo narrativo.
No voy a caer en la discusión estéril de si le sobran o le faltan páginas. Pienso que las 1120 que tiene le fueron suficientes a Roberto Bolaño para demostrar de qué es capaz como narrador veterano. Estructurada en cinco bloques: La parte de los críticos, La parte de Amalfitano, La parte de Fate, La parte de los crímenes y La parte de Archimboldi, se dice que, antes de ser partes, fueron novelas independientes y que fue decisión de los herederos del escritor chileno y de su editor Herralde, lanzarlas al mercado como una sola obra, pues así la consideran.
En verdad todas están relacionadas y hay un “centro oculto”, como señalaba Bolaño. Pero este centro podría ser un concepto, no necesariamente un lugar, como señala el crítico Ignacio Echevarría, quien afirma que ese centro es Santa Teresa (alteridad de Ciudad Juárez, la ciudad mexicana donde matan a las mujeres).
Para mí el “centro oculto” es la maldad, la maldad como concepto, como abstracción, como motor que impulsa a la novela hacia su núcleo dramático (y temático) que son los feminicidios como manifestación de ese “horror”, el mismo que trabaja Joseph Conrad en El corazón de las tinieblas.
Esa maldad es lo que provoca los crímenes de las mujeres (muchas de ellas niñas, para mayor indefensión) en esa ciudad hipotética que pudiera ser Ciudad Juárez o Tijuana, lo que importa es que se trata de una urbe cercada por el desierto, o sea, por la esterilidad. De ahí el epígrafe de Baudelaire: “Un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento”.
Lo que está en el centro, repito, es la maldad, esa fuerza ciega que lleva a la destrucción y ciertamente un alemán medio loco no es el asesino de todas las mujeres aunque, en efecto, haya matado algunas. La cosa no es tan fácil. Los homicidios son una obra colectiva producto de un furor anónimo, un exterminio sistemático cuyo responsable final no tiene nombre ni apellido, ni siquiera el de Klaus Haas. Es como intentar achacarle a Hitler la responsabilidad entera del asesinato de millones de seres humanos. Si bien él dio la orden, la ejecutó un ejército de incondicionales de los cuales no todos estaban locos, aunque entre ellos había verdaderos criminales.
Por eso 2666 no es una novela policial: aunque hay crímenes y una investigación en marcha (que no concluye con el arresto de Klaus pues los homicidios prosiguen aún con él en la cárcel) y un proceso judicial que en un momento dado cae en el limbo, como suele suceder en nuestros países latinoamericanos. Lo que no hay es un móvil, un por qué. La tesis del cine snuff (pornografía de la muerte) es apenas una posibilidad tal vez cierta como explicación de algunas muertes, pero nada termina de justificar la matanza de mujeres, todas con un modus operandi similar: estrangulamiento con fractura del hueso hioides.
La racionalidad (de la cual la mentalidad policial es apenas una de sus manifestaciones) se estrella contra la aparición del mal en estado puro, pues este daño no tiene explicación ni justificación. No tiene móvil ni motivos y, por supuesto, no tiene castigo y muy pocos culpables son capturados. El miedo, el terror y la paranoia se extienden por la ciudad como un cáncer irreversible, que provoca que una maestra se suicide porque no quiere vivir en una ciudad donde matan mujeres de esa manera cruel y despiadada.
Desde esta perspectiva, 2666 es más que un policial, una novela sobre el mal y la maldad, una obra moralista que busca sacudir la conciencia de los lectores, adormecida por la presencia anestesiante de internet, que nos hace ver el horror y la maldad como algo natural y aún necesario. Esa maldad a la que nos vamos acostumbrando./ Eloi Yagüe